Mientras otros niños no tenían que desayunar, yo tenía que comer cereal, huevos y pan tostado. Cuando los demás tomaban refrescos y dulces para el almuerzo, yo tenía que comer un sandwich, y un licuado.
Mi madre siempre insistía en saber en donde estábamos; también tenía que saber quienes eran nuestros amigos, y lo que estábamos haciendo.
Insistía en que si decíamos que nos íbamos a tardar una hora, solamente nos tardaríamos una hora.
Me da vergüenza admitirlo, pero... hasta tuvo el descaro de romper las leyes contra el trabajo de menores; hizo que laváramos trastos, tendiéramos camas, y aprendiéramos a cocinar, a planchar, y muchas otras cosas, igualmente crueles. Hasta creo que se quedaba despierta en la noche, pensando en las cosas que podría obligarnos a hacer.
Siempre insistía en que dijéramos la verdad.
Y cuando llegamos a la adolescencia, nuestra vida se
hizo aún más miserable, nadie podía tocar el claxon para que saliéramos corriendo, nos avergonzaba hasta el extremo, obligando a nuestros amigos a llegar a la puerta, para preguntar por nosotros.
Mi madre fue un completo fracaso. Ninguno de nosotros ha sido arrestado, cada uno de mis hermanos ha servido en una misión, y también a nuestro país, y ¿a quién debemos culpar?, sí..., tienes toda la razón, a nuestra madre.
Vean de todo lo que nos hemos perdido: nunca hemos podido participar en una manifestación, actos violentos, y miles de cosas más que hicieron nuestros amigos.
Ello nos hizo convertirnos en adultos educados y honestos, trabajadores, responsables. Y ¿saben algo?, tomando esa referencia, yo estoy tratando de educar a mis hijos de la misma manera. Le doy gracias a Dios por haberme dado la mamá más mala del mundo.
Que nadie diga "¿Para qué voy a ir a la Iglesia? Mira los que van todos los dias..., no practican lo que oyen".
Sin embargo hacen algo: oír...
Así, algún día podrán hacer las dos cosas: oír y practicar... Pero tú..., ¿Cómo vas a llegar a practicar, si estás huyendo de escuchar?
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