Quisiéramos estar en paz, sabiendo que quien murió se marchó a un lugar mejor, en donde se encuentra la paz y la armonía que todos buscamos… Pero en lugar de pensar así, estamos aquí sufriendo, pensando en el dolor que sentimos y derramando las lágrimas más amargas que nunca pensamos derramar.
¡Cómo nos gustaría devolver el tiempo y hacer tantas cosas que podrían amilanar la tristeza y pesadez que hay en nuestro corazón!
La muerte no es algo que se supere, es algo que se acepta. Quizá no encontremos la salida en mucho tiempo, quizá no superemos las ausencias en muchos meses…
Pero hay algo que ni siquiera la muerte rompe: el AMOR, y aunque ya no podamos ver a la otra persona, ni sentir su aroma, ni escuchar su voz, ni mirarle a los ojos, ni abrazarle físicamente, siempre podremos cerrar nuestros ojos para recordarle, para decirle desde nuestro corazón que le echamos de menos, que le amamos, que nos perdone, que nos abrace.
Y desde ahí, es donde nacen los verdaderos consuelos: desde la eternidad de un sentimiento y no desde lo efímero de una vida mortal. Abraza tu dolor, seguramente el tiempo, como gran maestro, te mostrará el camino a la sanación de tu alma, porque tú no eres un ser de años, eres un ser de eternidades.
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