El bloguero Dan Pearce publicó en su página web una lista de cosas que “arruinaron su matrimonio”, en un afán de ayudar a otras parejas a que no les pase lo mismo.
Te compartimos el texto íntegro, cuéntanos qué te pareció.
1. No dejes de darle la mano
Cuando empecé a salir con la mujer con la que acabé casándome, siempre la tomaba de la mano. En el coche. Cuando caminábamos. Durante la comida. En el cine. Donde fuera. Con el tiempo, dejé de hacerlo. Me inventaba excusas como que tenía la mano muy caliente o que me hacía sudar, o que me incomodaba ir de la mano en público.
Lo cierto es que dejé de darle la mano porque dejé de querer esforzarme para estar cerca de mi esposa. Esa fue la única razón.
Si tuviera otra oportunidad: le daría la mano dentro del auto. Le daría la mano encima de un astro. Le daría la mano en una mazmorra. Y le daría la mano en cualquier otro sitio, también, aun cuando en ese preciso instante no nos gustásemos mucho.
2. No dejes de intentar ser atractivo
Obviamente cuando estaba intentando impresionarla me ponía lo más guapo posible cada vez que la iba a ver. Siempre tenía la barba arreglada. Siempre olía bien. Me aguantaba los pedos hasta que ella no estuviera.
Por algún motivo, estar casado me hizo sentir que podía dejar de hacer todo eso. Me acicalaba bien, olía bien, y me ponía ropa bonita siempre íbamos a algún lado o salía yo solo, pero pocas veces o nunca me preocupaba de estar atractivo solo para ella.
Si tuviera otra oportunidad: intentaría esforzarme al máximo para causar buena impresión durante todo nuestro matrimonio. Esperaría a estar en el baño para soltar los pedos, siempre que fuera posible. Intentaría estar deseable para que ella me desease.
¡EXTRA! Adivina lo que pasa cuando te recortas el vello masculino. Te devuelve el favor.
3. No señales sus defectos siempre
Por algún motivo, siempre llegaba un punto en el que acababa creyendo que tenía que decirle en qué fallaba y en qué podía mejorar. De seguro que eso no lo hacía cuando estábamos saliendo.
No, cuando salíamos solo le daba confianza en sí misma, le decía lo fantástica que era, y me resultaba fácil ver más allá de sus defectos. Pero después de casados, a veces ella no podía ni hacer unos huevos sin que yo le dijera cómo podía mejorar.
Si tuviera otra oportunidad: no diría una mierda sobre nada que en mi opinión pudiera mejorarse. He aprendido desde que mi matrimonio acabó que hay más de una forma correcta de hacer casi todo, y que las imperfecciones de los demás son demasiado bonitas como para intentar cambiarlas.
¡EXTRA! Si le dices lo que hace bien, ella te dirá a ti lo que tú haces bien. Y se lo dirá a sus amigos. Y a su familia. Y al dentista. Y hasta a gente desconocida por la calle.
4. No dejes de cocinar para ella
Yo sabía cómo impresionar a una chica, claro. El broche de oro era una noche en casa, cocinarle un buen menú y pasar una velada romántica. ¿Por qué, entonces, deje de hacer eso por ella después de casados?
Sí, claro, metía una sopa de lata en el microondas, o freía unas chimichangas de vez en cuando, pero casi nunca o nunca me esforzaba por hacerla caer en mis brazos cuando ya estábamos casados, con unas patas de cangrejo al vapor, o un plato de pasta sofisticado, o una mesa iluminada por velas.
Si tuviera otra oportunidad: me pondría como prioridad cocinar para ella, y solo para ella, algo estupendo al menos una vez al mes. Y recordaría que la carne de lata nunca es estupenda.
5. No le grites
No me refiero a los gritos de enfado. Me refiero a los gritos de pereza. Los gritos de cuando no quieres separarte del programa de televisión que estás viendo o no quieres subir TODA LA ESCALERA hasta el piso de arriba para preguntarle si ha visto tus llaves.
No cuesta tanto esfuerzo ir a buscarla, y gritar (por naturaleza) suena exigente y autoritario.
Si tuviera otra oportunidad: iría a buscarla siempre que necesitase algo o quisiera saber algo, y lo haría con educación y agradecimiento. Yo siempre odiaba que ella me gritara a mí, así que, ¿por qué me parecía correcto gritarle a ella?
6. No insultes
Siempre me creí el rey de no insultar, pero no lo era. Puede que no la llamara estúpida, o idiota, o algunos de los insultos que ella me dedicaba a veces, pero sí le decía que era una cabezota, o imposible, o que era de trato demasiado difícil. Los insultos son insultos, y usarlos solo creará más diferencias comunicativas que casi cualquier otra cosa.
Si tuviera otra oportunidad: cuando llegase al punto de querer insultarla, me tomaría un tiempo para retomar la conversación después. O mejor aún, utilizaría insultos, pero solo del tipo de «súper sexi» o «sensualidad». Aunque estuviera alterado en ese momento.
7. No seas tacaño
Como principal sustentador del hogar, siempre era muy tacaño con el dinero. Me quejaba de lo que costaba su champú o de que no pidiera agua en los restaurantes, o de que gastara tanto dinero en cosas como pedicuras o teñirse el pelo.
En serio. Yo siempre tenía tantas cosas como ella o más en las que gastar dinero, y al final el dinero se gastaba, estábamos perfectamente, y lo único que conseguía con mis gimoteos y mis críticas era generar una tensión innecesaria en la relación.
Si tuviera otra oportunidad: le diría que confío en ella para comprar lo que quiera cuando piense que lo necesita. Y, a continuación, confiaría realmente en ella.
8. No discutan frente a los niños
Nunca hubo una discusión que fuese tan importante o urgente que no pudiera esperar a que los niños no estuvieran delante. Creo que no hay que ser un premio Nobel o un psicólogo brillante para saber por qué ¡discutir delante de los niños es una solución peligrosa y egoísta.
Si tuviera otra oportunidad: nunca, jamás, ni por una vez discutiría delante de los niños, da igual lo importante o trivial que fuera el problema. A lo mejor inventaría una contraseña que significase «con los niños aquí, no».
9. No se animen mutuamente a dejar de hacer ejercicio
Siempre creí que era amor decirle a mi esposa: «No me importa si no te cuidas. No me importa si no haces ejercicio. No me importa si descuidas tu figura.»
Pero era mentira, y era mentira cuando ella me lo decía a mí, porque lo cierto es que sí nos importaba, y ojalá nos hubiéramos dicho siempre lo atractivos y buenos que estábamos siempre que íbamos a hacer ejercicio o algo para estar más sanos.
Si tuviera otra oportunidad: le pediría que me dijese que le importa. Le pediría que me animase a ir al gimnasio. Le pediría que me recordase mis objetivos y me dijese que tengo la fuerza suficiente para perseguirlos.
10. No hagas tus “necesidades” con la puerta abierta
No sé por qué, pero en algún momento empecé a pensar que estaba bien hacer del baño con la puerta del baño abierta, y ella también. Para empezar, es asqueroso.
Y además hace que todo apeste. En tercer lugar, no hay ningún caso en el que hacer caca sea atractivo, así que cuando me veía hacerlo, aunque fuera de una forma casi imperceptible, debía verme un poco menos atractivo.
Si tuviera otra oportunidad: cerraría la maldita puerta para hacer caca en privado.
11. No dejes de besarla
Siempre llegábamos a un punto en el que más o menos dejaba de besarla. Normalmente era por el estrés y porque había tensión en la relación, pero yo lo empeoraba al no querer besarla.
Claro, eso solo llevaba a que ella se sintiera rechazada. Y eso, por supuesto, llevaba a discusiones sobre el tema. Otras veces tenía mis propios problemas con gérmenes y cosas así.
Si tuviera otra oportunidad: la besaría por la mañana, cuando tuviera la cara que tiene la gente por la mañana. La besaría por la noche cuando hubiera tenido un día largo. La besaría en cualquier momento en que pensara que en secreto necesitaba un beso. Y la besaría siempre que aparecieran mis problemas con los gérmenes.
¡EXTRA! Cuando la besas se siente querida. Es suficiente extra.
12. No dejen de pasarla bien juntos
La edad no debería importar. La capacidad física no debería importar. Las parejas nunca deben dejar de pasarlo bien juntos, y de verdad desearía que no nos hubiéramos estancado tantas veces en la rutina sin apenas salir a hacer nada.
Y tengo la experiencia para saber que cuando falta la diversión, y falta la parte social de la vida, también falta la habilidad para estar realmente
satisfechos el uno con el otro.
Si tuviera otra oportunidad: Me inventaría una norma por la cual nunca nos quedaríamos en casa dos fines de semana seguidos.
13. No se presionen
Presionarse el uno al otro por casi cualquier cosa es una receta para el resentimiento. Siempre sentía que ella me presionaba mucho para que ganara más dinero.
Siempre sentía que me presionaba mucho para que no cometiera deslices en mi religión. Siempre sentía que me presionaba mucho para que sintiera las cosas de una manera determinada cuando realmente sentía lo contrario. Y generalmente acumulaba un gran resentimiento.
En retrospectiva, recuerdo haberla presionado al menos las mismas veces que ella a mí, así que tengo claro que era un problema bidireccional.
Si tuviera otra oportunidad: me aseguraría de celebrar las diferencias de opinión, puntos de vista, y su forma de hacer las cosas. Vería en la diferencia algo bello, no una amenaza.
14. No le pongan al otro etiquetas negativas
A veces las frases más fáciles de decir en mi matrimonio empezaban con una de estas tres cosas: «Tendrías que haber», «No eres» o «No has». Detrás de cada una de ellas siempre parecía venir algo negativo.
Y, ¡desde cuándo ayudan a alguien las etiquetas negativas? A ella desde luego no la ayudaron nunca. Ni a mí. No, lo que hacían más bien era empeorar todavía más el hecho que hubiera dado lugar a la etiqueta.
Si tuviera otra oportunidad: aprendería a evitar decir cualquier de esas frases, y las cambiaría por etiquetas positivas. En lugar de «Tenderías que haber», diría «Se te da genial». En lugar de «No eres», diría «Eres». En lugar de «No has» diría «Has». Y después continuaría con una idea positiva.
15. No te saltes las cosas que son importantes para ella
En mi matrimonio era muy fácil vetar muchas de las cosas que a ella le gustaba hacer. Mi argumento era que «podemos buscar cosas que nos gusten a los dos». Es patético.
Siempre habrá cosas que le gusten a ella y que a mí no me van a gustar nunca, pero ese no es motivo para no darle apoyo. A veces solo necesita saber que estoy ahí.
Si tuviera otra oportunidad: iría a muchos más de los eventos a los que me invitaba. Participaría de forma activa en vez explicarle por qué yo haría las cosas de otra forma o que ese tiempo podría emplearse mejor o en algo más divertido.
16. No te distancies emocionalmente después de discutir
Nunca llegué a experimentar el poder del sexo de reconciliación porque, cada vez que mi esposa era cruel conmigo o discutíamos, me distanciaba completamente de ella, generalmente durante varios días.
Cortaba toda comunicación y evitaba a toda costa el contacto. Esto nunca permitía solucionar lo ocurrido, y al final bastantes veces acabé explotando de forma innecesaria.
Si tuviera otra oportunidad: me permitiría comunicar mis emociones y sentimientos más a menudo, y me aseguraría de que ella supiese que la seguía queriendo después de cualquier pelea fuerte. Por supuesto, nos dejaríamos un poco de espacio. Pero no días de espacio.
¡EXTRA! Un maravilloso sexo de reconciliación. Al menos, en teoría.
Había escrito mucho más, pero la lista se estaba alargando demasiado, así que voy a dejarlo ahí y a lo mejor hago una segunda parte. ¿No es increíble cuánto aprendes de las relaciones pasadas que terminaron y cuánto sabes que podrías haber hecho de otra forma?
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