Todos pasamos por tiempos difíciles. Para cada uno estas etapas transcurren de diferentes formas, pero de una manera u otra se hace necesario apretar el cinturón y contar cada centavo, reparar la ropa vieja en lugar de comprar una nueva, vivir al día. La única cosa que puede alegrar y aplacar estos tiempos difíciles es el amor. Precisamente el nos da fuerzas para seguir hacia adelante sin bajar la guardia. Y no importa de quien venga este amor: de familiares, amigos, o incluso, de un extraño. La bondad puede recorrer un largo camino antes de encontrar a su dueño.
Sin embargo, a veces las buenas acciones adquieren una aureola bastante inesperada, casi mística. Esto fue lo que sucedió en esta historia, la cual se puede realmente catalogar, como una de las historias de bondad más emocionantes, más hermosas y al mismo tiempo basada en hechos reales y conocida por la humanidad.
Esto ocurrió hace mucho tiempo, y no conmigo, pero para más facilidad, la historia será contada en primera persona.
En 1960, me desperté en la mañana con seis niños hambrientos y setenta y cinco centavos en el bolsillo. Nuestro padre de familia nos abandonó. Y bajo mi atención quedaron cinco niños que tenían de 3 meses a 7 años de edad y una hija de cuatro años…
Con solo sentir la presencia de su padre, los niños sentían miedo y entraban en un estado de pánico de tan solo escuchar los muelles chirriantes de su coche acercándose, y corrían a esconderse debajo de la cama o en algún otro lugar. El dejaba a la semana, exactamente 15 $ para los productos de primera necesidad. Su partida significo que ya no habría más golpes. Pero comida tampoco.
Si en Indiana en ese momento existía un sistema de bienestar social, yo personalmente sobre él no sabía nada. Yo recogí rápidamente a los niños, mientras estaban limpios y en orden, me puse el mejor vestido de aquellos que yo misma cosía, me monte en una vieja camioneta y me fui a buscar trabajo.
Nos acercamos a cada fábrica, tienda o restaurante que existía en la ciudad. Pero en todos los lugares fui rechazada. Los niños tranquilamente se quedaron sentados en el coche y trataban de comportarse bien mientras yo trataba de encontrar a alguien que me escuchara. Yo a todos les decía, que estaba lista para aprender a hacer cualquier cosa si fuera necesario, con tal de trabajar.
El último lugar que visitamos fue un puesto de comida rápida en las afueras de la ciudad, donde los cupones obtenidos a cambio del salario, eran canjeados por bienes. Se le llamaba la Gran Rueda.
La propietaria de este establecimiento era una anciana llamaba Gray. Ella de vez en vez se asomaba por la ventana para mirar mi “horda”. Ella necesitaba a alguien que trabajara de 11 p.m. a 7 a.m, en el turno de la noche. Como salario me propuso 65 centavos la hora y me dijo que podía comenzar ese mismo día.
Me fui para la casa y de inmediato encontré a una adolescente pluriempleo la cual trabajaba como enfermera y como niñera. Yo me puse de acuerdo con ella para que cuidara a los niños por un dólar la noche, le dije que podría venir con su ropa de cama y dormir en el sofá, después que acueste a los niños. Para ella el trato resulto muy bueno, por lo que aceptó con gran alegría. Esa noche, todos oramos a Dios fervientemente por haberme dado un trabajo.
Y comenzó mi nuevo trabajo… Por la mañana llegaba, despertaba a la enfermera y la enviaba de vuelta a su casa con un dólar en el bolsillo. Era una buena parte de lo que ganaba por la noche. Con el tiempo a los gastos de mi magro salario se agregaron otras cuentas. Y como si fuera poco, los neumáticos de la camioneta comenzaron a desinflarse cuando iba hacia el trabajo y al regresar del, lo que me obligaba a echarles aire por el camino.
Una mañana gris de otoño, al regresar a casa en mi camioneta, encontré en el asiento trasero 4 neumáticos nuevos. ¡Sí, neumáticos! No había ni notas, ni nombre, sólo los cuatro neumáticos.“
¿Sera que en Indiana existen ángeles?”. Me pregunté.
Acordé con la estación de servicio de autos, en limpiarles la oficina, si le cambiaban los neumáticos a mi camioneta. Restregar el piso de la oficina era mucho más difícil que cambiar los neumáticos. Por lo que el acuerdo era bastante parejo de mi parte.
Después de algún tiempo, ya trabajaba durante seis noches en vez de cinco como anteriormente lo hacía, y de todos modos no me era suficiente. Se acercaba la Navidad y yo ya sabía que no tendría dinero para los regalos a los niños. Encontré una lata de pintura vieja y empecé a reparar y mejorar sus juguetes. Seguidamente, los escondí en el sótano, como si hubiera sido Santa Claus. Otro problema era la ropa de los niños: tenía un parche encima del otro.
En la víspera de Navidad, como siempre los visitantes entraban y bebían café en nuestra Gran Rueda. Entre estos, esta vez se encontraban tres camioneros: Les, Frank, y Jim, y un policía de patrulla llamado Joe. Todos charlaban animadamente, escuchaban música y esperaban el amanecer.
A las 7:00, estando ya en Navidad. Llego el momento de volver a casa, con alegría y sorpresa inocultable encontré que mi camioneta estaba llena de cajas de todas las formas y tamaños.
En una de las cajas habían pantalones vaqueros de tallas desde la 2 hasta la 10! Miré en la otra y encontré diferentes camisas. Entonces empecé a abrir las demás cajas…
Habían caramelos, galletas, dulces, alimentos del supermercado, un lingote de jamón, verduras en conserva y patatas. Encontré, incluso pudín seco, harina y relleno para las empanadas. En uno de los paquetes encontré también artículos de tocador y productos de limpieza. ¡Además, cinco camioncitos de juguete muy bonitos y una muñeca maravillosa!
¡Regresaba a casa y no podía creer en el milagro que me acababa de suceder! Mi corazón estaba lleno de gratitud. Nunca en mi vida olvidaré las caras de mis hijos aquella mañana de invierno.
Al parecer, era verdad que en el año 1960 en Indiana existían los ángeles. Y todos Ellos estaban bebiendo café aquel día, en la Gran Rueda, en vísperas de la Navidad…